ELENA, MI COMPAÑERA DE CARPETA

Queda uno más, y luego será el turno de ella. No podía sacarme este sentimiento de culpa… Me miró. Una leve sonrisa brotó de sus labios y de manera brusca me dio su espalda. Se enrumbaba valientemente a exponer su frágil mano. Su rostro se compungía, cerraba sus ojitos para no ver su palma enrojecerse con furia.
Tras ella, llegó mi castigo. Una lágrima rodaba en mi mejilla, no era dolor físico, sino el alma que se manifestaba por ese sentimiento de culpa que guardaba…
La maestra aplicó un castigo ejemplar a dos de sus molestosos y malcriados alumnos. A ellos, los sentó en la columna de las niñas. Santana, mi compadre de aventuras, estaba a lado de Giovanna, la más alta y malhumorada del salón. Yo tuve mejor suerte. Elena, tímida como ninguna, fue mi compañera y amiga en las buenas y en las malas.
Así conocí a Elena, en circunstancias no tan usuales. Era una niña de tez blanca con grandes ojos negros y cejas bien pronunciadas. Por una autoritaria orden de la profesora de grado, ella se convertía, de la noche a la mañana, en mi compañera de carpeta. Ambos nos ubicábamos en los cantitos. Pero los fregados de mis compañeros, hacían una muralla humana que intentaban empujarme hacia su lado. Mis brazos se hacía fuertes, pero mis ruborizados cachetes me delataban como me sentía. La continuidad nos hizo buenos compañeros. Nos contábamos día a día nuestras sus cuitas familiares. Poco a poco nos hacíamos incondicionales.
Siempre para los recreos llevaba una amplia lonchera, y en su interior había doble ración que lo compartía conmigo. Las gelatinas eran la especialidad de la casa. De todos los sabores y en todas las formas las ingerí. En cambio, yo compartía mi hambre porque las manzanas que mamá mandaba, acababa de ser engullidas por mis compañeros que previamente me lo arrebataban sin escrúpulos
Las Matemáticas siempre fue mi Waterloo. Qué multiplicar, sumar, restar que el dividendo y luego el sustraendo… No entendía. Sin embargo, la maestra evaluaba a diario. Los que salían aprobados pasaban una mañana tranquila, se libraban de un cruel castigo. A los desaprobados les tocan una dura sanción que todos los aceptaban sin titubeos.
Elena sufría en carne propia mi trágico desenlace. No podía corregirme ni ayudarme en los exámenes, porque eran distintos, sin embargo ofrecía su lonchera completa a León, un alumno de mi fila para que me apoye en algunos problemitas de cálculo. Él como siempre se negaba pese a que las suplicas eran convincentes… Nada podía hacer. Movía la cabeza y se agachaba cuando sentía los palmetazos sobre mis manos. Se afligía demasiado.
En mi desesperación, intentaba resolver cada ejercicio de matemática pero siempre fracasaba. No sé dónde estaba la causa. Eres un burro, me decía la maestra y ella, se agachaba una vez más… Me contemplaba con pena.
Una mañana de jueves, Elena quiso poner fin a tales crueldades. Decidida y resoluta me dijo: No te preocupes, hoy vamos aprobar juntos este examen. Confía en mí, vas a ver… Afanosa, abrió la tabla de multiplicar y la puso debajo de la carpeta, lo cubrió con una hoja. Ensayaba antes de la prueba cómo iba a corregirme. Te vas voltear así, me decía. Con los dedos de la mano me indicas que número de ejercicio te debo corregir, yo te daré la respuesta. Simularé que recojo mi lapicero y tú aprovechas para ver mi prueba, fácil ¿no?
Y pasaron los minutos, al fin llegó la hora de la verdad. Ella seguía segura y me sonría una vez más. Palmea mi hombro y volvía a sonreír. Los nervios se apoderaban de mí, pero al verla me armé de valor y seguí con el plan…
Sí, la operación está bien hecha, salió la respuesta, qué buena amiga eres. Alegre también le sonreía. Seguíamos haciendo los ejercicios. Este problema, el de las naranjas no sale. Elena, ayúdame… Espera, dame un minuto… Se pasa la hora qué hago… Dame tu prueba y toma la mía… yo te lo hago… ¿Estás segura?... Sí tonto, dámela… ¡ya!… toma.
Una mano brusca impide que escriba. Dos ojos desorbitados me miran escandalosamente. Fuimos descubiertos. Ella bajó la cabeza y yo que me moría de la angustia… No tuve las fuerzas para verla, la culpa me tomaba como su rehén… Torres y Morales están desaprobados… Otra vez al castigo y ella a mi lado una vez más.
Y ella como siempre, gentil y bondadosa, agarraba mis manos, las soplaba ligeramente para aliviarlas. No pasó nada me decía… Mañana será diferente… Y una linda sonrisa de sus labios, me quitaba la pena que guardaba. No lloró, nos reíamos juntos y a escondidas de todas las miradas de los demás, nos agarrábamos las manos para disipar el dolor…
Lo que más me dolió en la época de escolar, no fue repetir de año, sino haber perdido la amistad de mi primer idilio de niñez. Pero a la distancia, ella me miraba fijamente y después de un rato, me movía la mano y mostraba una leve sonrisa que tácitamente me decía: No te olvido.